Bajo la piel de España, todo es mitológico.
Durante mi infancia y juventud me enseñaron en las clases de historia que España arrastra en su desarrollo un retraso de siglos frente a otros países de Europa. Que las más señeras manifestaciones identitarias de España, como las corridas de toros, las procesiones o el flamenco, entre otras, son los vestigios de una sociedad trasnochada y degradada, santurrona, supersticiosa y brutal, forjada en la fragua inquisitorial y ajena a las luces de la ciencia y el progreso.
Gracias a la ciencia, cuando queremos descubrir la verdad sobre algo, abordamos su estudio científico. El objetivo de este método es producir datos concretos y eficaces que no puedan ser rebatidos. Los datos, los hechos desnudos, serán la verdad. La verdad científica.
Se dice que la historia es la disciplina que estudia el pasado de manera científica. En mi ingenuidad juvenil, razonaba que, si la historia era una disciplina científica, y si los descubrimientos de la ciencia eran la verdad, entonces aquellas premisas que me enseñaron eran la verdad, los hechos. Empapado en esas verdades recorrí la vida durante mis primeros años, viendo cómo era -y sigue siendo- adecuado que docentes y académicos, intelectuales, políticos, periodistas, ¡y no digamos los artistas contemporáneos y allegados!, se duelan de España y anhelen los logros científicos y las alturas culturales centro y norte europeas. Al fin y al cabo, los hechos demostraban que España no es más que una realidad histórica fallida y condenada al fracaso y la disolución. Y, por tanto, su identidad cultural, basada en atavismos irracionales, (toros, procesiones, mayos, vírgenes, tarascas, romerías,) debe quedar proscrita y desaparecer.
Un día de 1988, a los veintiséis años, quiso la fortuna que, por razones de trabajo, me viera forzado a asistir -por primera vez en mi vida- a una corrida de toros. Aquel día todo cambió. Lejos de generarme el rechazo esperado, la experiencia me afectó profundamente liberando resortes ocultos en mi psique y en mi sensibilidad. Una inesperada fascinación me impelió a abordar desde entonces un proceso de revisión y estudio de mis raíces culturales que, desde el comienzo mismo, empezó a revelarme la existencia de un tesoro, abierto al aire y a plena luz, de proporciones colosales. Un legado que, desde hace milenios, se amontona en incontables capas en el subsuelo físico y psíquico de España. Resultó que la cultura de la rancia España era en realidad sublime. Es honda, es profunda, es misteriosa e inabarcable, y tremendamente fértil. Resultó que la cultura española no sólo es digna de reconocimiento y de estudio, sino que su presencia nos inspira, a los españoles y al mundo, hacia su reverencia y, desde luego, nos obliga a su cultivo.
Hoy creo que la misión de la ciencia no es descubrir la realidad sino demostrar la imposibilidad de explicarla ¡sólo! de manera racional; creo que el cometido de la ciencia es desmontar nuestra noción de realidad, de lo real, que como todo el mundo sabe no es más que el consenso inducido en torno a las verdades pregonadas por el rey, es decir, por los poderes. La ciencia debe señalar semejante impostura. Pues, ¿qué sería de la ciencia sin la chispa de la inspiración, sin el εὕρηκα? Al fin y al cabo, la palabra ciencia viene de scintilla, que significa chispa (producida por el choque entre dos piedras, por cierto) que enciende la luz. Creo también que la chispa de la inspiración, además del pensamiento científico enciende el pensamiento artístico. Y que cuando nuestra consciencia sea impulsada por una aleación de ciencia y arte la humanidad elevará el vuelo hacia alturas nunca imaginadas por aquellos que tejen las alambradas.
Por todo el Mediterráneo y la cornisa atlántica los hechos y los mitos aparecen fundidos tan estrechamente como el estaño con el cobre. Y España se me figura ser el crisol en el que, hasta el mismo día de hoy, esa aleación se funde. Mi mente artística me revela que desde hace miles de años los artistas cantan en las tierras de España los moldes de los que emerge un baile alucinante de toros y diosas. Y que el tema eterno de esa vocación creadora es la mirada transcendente del hombre hacia la aventura de la consciencia.
Gracias al estudio y a la experiencia artística, esa identidad ancestral de España hacia la transcendencia se convirtió para mí en fuente inagotable de inspiración personal y profesional.
En esta sección muestro cuadros, cuyos símbolos y maneras beben, sin complejos, desobedeciendo explícitamente el mandato de la ideología del Arte Contemporáneo, de esas aguas vivas. Los textos que las acompañan, más que explicaciones, son pequeños disparates inspirados al contemplaras, a veces, años después de haberlas pintado.
Alberto Donaire
© 2022
«Misterios de minotauro». 46 x 55 cm. Óleo sobre lienzo. 2020. Colección particular.
El vaco traza puntos y líneas en la arena recordando los planos que vio cuando Dédalo se los enseñaba a su abuela Europa, quien los examinó atentamente. Dicen que pronto empezarán las obras.
Una gran excitación reina en la colmena.
«La infancia de Perséfone». 65 x 112,5 cm. Óleo sobre lienzo. 2015 – 2016. Colección particular.
La niña Kore se ha quedado muy quieta para mirarse en el espejo del cielo. Las manzanillas de agua le adornan las sienes como si las llevara prendidas de su peina.
Cuando una culebrilla serpentea levantando suaves ondas los «ranitocuajos» también se quedan inmóviles, escondidos bajo sus piececitos y su sombra.
«La niña Kore». 40 x 40 cm. Óleo sobre lienzo. 2018. Colección particular.
Los «ranitocuajos», como allí los llaman, se arremolinan junto a sus pies. Ella se queda muy quieta para no pisarlos mientras siente el suave limo resbalar entre los deditos de sus pies. Ya hace calor y muy pronto ese barrillo de agradable olor se convertirá en duros y secos terrones.
«Kore». 38 x 38 cm. Óleo sobre lienzo. 2016. Obra disponible.
Mientras jugaba con las flores y las abejas del templo, Kore había estado escuchando, en secreto, a sus meninas cuchichear sobre el próximo viaje de su abuela. Ahora, contemplando cómo el sol occidente iba encendiendo las plumas de los flamencos, recordaba aquellas palabras y se le llenaba el alma de zozobra.
Entretanto los zánganos, en sus corrales, estaban cada día más excitados.
«Minotauro abrevando». 42 x 42 cm. Óleo sobre tabla. 2002 – 2015. Obra disponible.
En un descanso de sus entrenamientos, el vaco se ha internado en el bosque. Aún aturdido por los esfuerzos, se inclina a beber en las solemnes aguas del Leteo, que más abajo se abre ya en las marismas de Jades.
«Su nuevo nombre, Perséfone». 41.5 x 37 cm. Óleo sobre tabla. 2001. Colección particular.
Perséfone se asoma a la pequeña ventana de su cámara. Quizás busca contemplar la oscuridad de la luna nueva, o las luciérnagas de alguna constelación. Apenas visibles unos ojos desconocidos la miran descuidados, brillando, como adormecidos, a la luz de su llama.
«Hari Agna». 100 x 100 cm. Óleo sobre lienzo. 2001. Obra disponible.
La Dama abre la marcha mostrando con su cirio el camino. No hay puerta, tan sólo una negrura indescriptible impide ver dónde se posa el pie en cada paso. Pero su mirada serena inspira fe: ella sabe.
«María de la cueva». 100 x 100 cm. Óleo sobre lienzo. 2001. Colección particular.
Apareció ante mí. Desorientado por las horas de oscuridad me aferré con la mirada a la luz que vestía aquel seno desnudo. Luego se volvió y, comencé a seguir sus pasos.
Aún los sigo, aunque, a veces, su luz se pierda en la distancia.
«Los amores de Europa». 200 x 200 cm. Óleo sobre lienzo. 2001. Colección particular.
Confiada sobre sus hombros recorren juntos las someras aguas del rio Lete. Desde que les dieron a beber de sus aguas y olvidaron los caminos del mar deambulan enamorados por los cenagales de Jades, por las dunas del Tártaro, por las salinas de la Erebea.
«Caballero». 100 x 100 cm. Óleo sobre lienzo. 2001 – 2018. Colección Ayuntamiento de Saintes Maries de la Mer, Francia.
El Caballero de la Luz Andante ha llegado ya ante las tapias del templo. Cuando se dispone a entrar, una mirada flotante en el aire, quizás procedente de ámbitos lejanos, lo detiene unos instantes.
«Bacante». 90 x 90 cm. Óleo sobre lienzo. 2021. Obra disponible.
Cuando el sol comience a elevarse sobre el horizonte comenzarán los preparativos finales. Hace días que los hombres empezaron a amontonar troncos y ramas en los lugares señalados.
La luna está casi plena y aún no ha empezado a hacer frío.
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«La sacerdotisa». 100 x 100 cm. Óleo sobre lienzo. 2001. Colección particular.
Hoy -equinoccio de primavera de 2022- hace cinco mil trescientos años de aquel día. La sacerdotisa de la diosa había dado muerte con su espada de bronce al vaco regio en presencia de la reina.
Los jóvenes aspirantes bullían de energía en sus corrales.
«Fiestas de primavera». 73 x 60 cm. Temple de huevo sobre lienzo. 2001. Colección particular.
Durante toda la primavera, semana tras semana, se suceden los ritos de selección. Las doncellas acuden con sus mejores galas a ver cómo las sacerdotisas van probando a los vacos consagrados. Pocos superan la última prueba. En Santa Ana la Nueva los llamaban «aristoi».
—»Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro».
«Bac-Kush». 190 x 127 cm. Óleo sobre lienzo. 2001. Colección particular.
El hombre vuelve triunfante de la prueba. En la cumbre de los dolores, cuando lo creyó todo perdido, se mantuvo sereno y entero; entonces, una mirada de amor afloró en sus ojos inundando los corazones de cuantos poblaban el coso.
La mayor victoria es sobre uno mismo.
«Los amores de Europa». 200 x 200 cm. Óleo sobre lienzo. 2001. Colección particular.
El vaco gigantesco ha sido, por fin, decapitado de su máscara. Desde que la vio al reflejarse en la Estigia pugnó por desprenderse de ella. Ungido en sus orillas el príncipe se recuperará, rápidamente, de sus heridas.
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